El otro lado
Esta es la entrada del edificio de la Cruz Roja en Richmond. En el suelo, sobre la acera, está pintada una Cruz Roja para indicarlo. Aquel día se reflejaba en la puerta cerrada del edificio. El símbolo parecía flotar al otro lado del cristal, con apariencia de real, pero tan lejos como lejos están los lugares donde la Cruz Roja es verdaderamente necesaria. Guerras olvidadas, conflictos que a nadie parecen importar, muertos que nos dicen menos que la torcedura de tobillo de un deportista del barrio. Todo ello está ahí, pero lo vemos en la pantalla de la televisión como vemos esta cruz, como un espejismo que desaparecerá cuando se ponga el sol. Pero nos olvidamos que al desaparecer nos traerá la oscuridad, del mismo modo que los muertos traerán la vergüenza a nuestra sociedad. Una y otra vez los mismos errores, una y otra vez ponemos un cristal delante para que sólo nos afecte lo estrictamente necesario. Pero algún día alguno de esos conflictos llamará a nuestra puerta, cruzará el cristal y comprobaremos cómo la sangre corre entre nuestros dedos. Quizá entonces veremos a alguien al otro lado, pretendiendo que no le afecta, enviando un puñado de cruces rojas para calmar su conciencia. Sólo tendremos derecho a esperar que la suerte cambie o que alguien sea tan valiente como para renegar de su suerte mientras sólo una persona no pueda compartirla. Nosotros podemos ser ese alguien, pero para eso tendremos que aprender a ser más generosos de lo que nos enseña a ser el cristal, por el que vemos una cruz flotando, al otro lado.
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